En la noche oscura es fácil perderse si no se tiene los ojos bien abiertos y buenas pantuflas

¿Cómo calificaría esta info?: 

Lo de las pantuflas es cierto, y sin ellas es bueno darse en el dedo pequeño y echar madres por un rato, y cuando me di un madrazo caminando por el ferri Marco polo aún con el sol en poniente, me dije “que torpe” por no ver la tapa que abre la bodega y está a ras del piso , “sóbese que pa’ eso Dios le dio manos “ eso decía siempre mamá, pero cuando me di la segunda vez, me hubiera declarado pendejo si no fuera por la excusa; quizás no válida para usted lector, “¡el atardecer a orillas del rio Orteguaza estaba espectacular, estaba anonadado!”, eso no quita lo pendejo y también lo ciego.

Antes de salir de Florencia, me di el gusto de comer Pirarocu - el segundo pez de agua dulce más grande del mundo, en el hotel Las Garzas, riquisimo .

Luego cogimos carro saliendo de la ciudad, por 30 minutos nos acompañó lo majestuoso del pie de selva, llanuras, ganado, garzas, y un horizonte iluminado por el sol con que se toman las onces. Recién en la mañana terminaba el 2do taller en contenidos digitales, esta vez por día y medio.

Nos subimos a la embarcación y un recorrido por un río que la sequía le daba centímetros de profundidad, los suficientes para que la nave de dos pisos nos llevara con calma a nosotros 4 y dos acompañantes adicionales. Cayó lentamente la noche y todos con sus cámaras peleábamos por la mejor foto. Los de celular nos resignábamos a las posibilidades contra los potentes lentes que lucían William y Rubén, con sus cámaras profesionales.

Al rato anclados en la arena hicieron fogata, pusieron mesa, sirvieron vino, y la delicia de una carne a ¾ sumamente blanda me dejaron placido. Esos instantes donde el Gracias no basta, en lo que puedes ayudas, sonríes y lo dices con el alma, ¡Gracias!, y luego lo dices en silencio, a la existencia misma,¡Gracias Vida, Gracias!, y no le resta ni poquito que me diera dos veces durísimo en el dedo pequeño.

De vuelta en el hotel, confirmo mi cita deportiva del otro día, ir a correr a la montaña con Guillermo Marulanda, el dueño y guía de otro atractivo turístico, El Horeb - un paraiso Natural, la meta: donde el hombre me lleve o me aguanten las piernas. Y muy a las 7:30 a.m, salimos con destino la Maloca que indígenas Uitotos habían construido hace 6 años a solo 4 km de la ciudad. Yo sabía lo que era una Maloca, tanto en las tomas de Yagé, como de paseos a comunidades indígenas, sabes que se entra a un sitio sagrado, y que merece respeto y reverencia, la misma que profeso por una antigua iglesia, pero en lo personal, con algo más de mística. Casi me quito los zapatos, más la norma, es observas e imitas, Guillermo me presento el Cacique Emilio Fiagama y a su aprendiz Diego, un blanco; claro sin los rasgos indígenas, que estaba compromettido con una hija del cacique, llevaba dos años  aprendiendo toda la tradición de la cultura Uitoto. 

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Yo sabía que la vida me puso allí por algo, aprendí que era la sal de las plantas, también que es el Mambil, que era Mambear, que es el Ambil (representa al hombre), una amarga y espesa mezcla extracto del tabaco de color café, y reconocí la Coca (representa a la mujer). No la viciosa mezcla blanca, resultado de no sé qué experimentos químicos y farmacéuticos, sino la verde, resultado de pilar y pilar la hoja, en troncos huecos con el nombre del dueño tallado en la madera, el pilón. Ese muy volátil polvo verde que tiñe los dedos al contacto, y que  juntando  Ambil y Coca  dan  la sabiduría y la energía para conectarse y tener el poder de la palabra. Vi pero no pude escuchar el poder del Maguare un par de troncos, uno mayor que el otro, el grande representa al hombre, el otro a la mujer, Al ser golpeados se llama a las reuniones, dicen que su sonido; y dependiendeo del tamaño, se escucha a 4km a la redonda, será en la próxima, 

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Aprendí que quien se sienta frente a la entrada de la Maloca es el Cacique mayor, que se mambea todo el día para tener energía y porque el Ambil es el arma contra el enemigo, pero es a las 10 de la noche en las que se enseña; cuando todos descansan y hasta donde el cuerpo y el sueño permitan, enseñanzas que se dan solo de palabra, Cuando eso pasa las fotos no se permiten y todos prueban del ambil para compartir y se reservan el propio, ese que es único, el amigo al que se le pide algo, el Dios detrás de la planta. Uno se unta el dedo de la sustancia viscosa, se chupa, se siente el escozor en la boca, la lengua reacciona, y al rato se pone una pequeña cucharada de Coca en la lengua, es como poner leche en polvo pura en la boca. Te abstienes de respirar un instante, y dejas que la saliva la humedezca, te enseñan que la pongas a un lado, la bola que se forma se deshace, mientras tanto cayas y escuchas. Caciques y aprendices se sientan a charlar, y el mayor; un hombre que mambea desde los 9 años, sentado en el centro de todos frente a la puerta empezo a contarme historias. 

En esos instantes no soy de los que preguntan mucho, solo asiento, antes me enseñaron que el conocimiento más valioso se da en el silencio, y la corta noche se cargó de historias, la del gringo que fue a la Chorrera; cuna de los indios Huitotos, porque le dijeron que allá se podría convertir en tigre, la del Paisa loco que, hastiado por ese sueño recurrente de un árbol, había recorrido todo lado para encontrar con ellos que el árbol era el del tabaco, y que el sueño tenía su significado. La del argentino que vivió con ellos por dos años, la de ese montón de gente blanca; como yo, que llega allá pidiendo algo. Pude haberme quedado toda la noche lo pensé mucho, pero debía estar de vuelta a Bogotá con mi familia en un bus de las 10:30, y lo más importante, a encontrar porque estaba allí con ellos, que debo aprender u olvidar, porque como el paisa, el gringo, o el argentino, la vida te pone donde debes estar, aún después de mambear solo en mis espacios, me pregunto el porqué, mientras disfruto del regalo de ese silencio que sentí en la Maloka, ese silencio adornado de selva, de espíritus antiguos y de sabiduría .

Termino siendo el último que se sube al bus, siento las caras de molestia de los otros pasajeros, y mi personal y prudente “¡no me importa!, ¡nadie me quita lo bailado!”, que se haga el silencio, me quedan 10 horas para llegar a casa, me esperan mis hijos, mi esposa, y la esperanza de llevarlos a conocer esa tierra de la que sigo enamorado. A ver si ellos también se dejan arrastrar por el encanto de la Manigua, Caquetá.

“En la noche oscura es fácil perderse si no se tiene la mente clara

Florencia - Caquetá